El liderazgo del Arzobispo Marcel Lefebvre y su obra son innegables en la conformación del tradicionalismo católico. La reacción impulsada por el arzobispo francés tuvo un papel crucial en la resistencia a las reformas del «Concilio» Vaticano II. No obstante, al acercarse el 55º aniversario de la fundación de la Hermandad Sacerdotal San Pío X y el 60º aniversario de la clausura del Vaticano II (1965), se observa una creciente tendencia a la división del movimiento tradicionalista católico en dos corrientes claramente diferenciadas.
La fundación de la HSSPX y el frente común
La fundación del Seminario Internacional de Écône y la reacción a la revolución vaticanosegundista muestran el papel central del Arzobispo Marcel Lefebvre, cuyo liderazgo resulta innegable para cualquier observador objetivo. Menospreciar su protagonismo, resaltar de manera desproporcionada sus contradicciones o suavizar su trayectoria constituyen actitudes deshonestas e ingratas que deberían ser descartadas. Dicho esto, es evidente que la Hermandad Sacerdotal San Pío X se configuró como una suerte de frente común, orientado a una oposición mínima frente a los cambios abruptos y precipitados introducidos por el Conciliábulo. No se podía entonces esperar que la Hermandad representase una articulación exhaustiva y minuciosamente estructurada de todas las problemáticas derivadas de la revolución conciliar. Precisamente por esta razón, siempre han coexistido en su seno diversas posturas, a veces contradictorias, sobre cuestiones fundamentales. Estas confrontaciones han producido diversas fracturas a lo largo de la historia de la Hermandad, destacando aquí, por ejemplo, la expulsión de los sedevacantistas a principios de los años 80 y la salida de los indultistas tras las consagraciones episcopales de 1988. Con ello, la HSSPX fue creando una suerte de escuela, el llamado «reconocer y resistir», con una sostenida inclinación hacia el reconocimiento en detrimento de la resistencia. Sobre esto, trataremos a continuación, siguiendo la aguda visión que tuvo sobre ello el Obispo Richard Williamson.
Sedevacantistas y acuerdistas
El período inicial de la HSSPX se desarrolla en el contexto de la revolución impulsada por Pablo VI, marcada por la reforma de los sacramentos y un clima de profunda agitación. Es en esta etapa cuando el Arzobispo Lefebvre formula sus declaraciones más firmes, en clara oposición a los cambios conciliares. Sin embargo, a partir de finales de la década de 1970 y durante la primera mitad de los años 80, hasta el acto interreligioso de Asís en 1986, se observa una moderación en algunas de sus posturas. ¿Qué originó este aparente cambio en el prelado francés? Diversos factores influyeron, siendo el más significativo la llegada de Juan Pablo II al pontificado en 1978 y los primeros años de su magisterio. Sobre este tema podrían hacerse múltiples consideraciones, pero basta destacar que, tras la desastrosa revolución montiniana, que asustó a muchos tradicionalistas y conservadores, la figura de Karol Wojtyła, presentada como un conservador moderado, generó expectativas de una posible reversión de las reformas vaticanosegundistas. Entonces algunos sectores tradicionalistas consideraron que, quizás con algo de diplomacia, se podría reorientar el rumbo de la Iglesia. Evidentemente aquí se denota que muchos, quizás sin darse cuenta, habían perdido la Fe en la infalibilidad papal y la indefectibilidad de la Iglesia, sustituyéndola por una la visión politizada y humana de la misma y negando, de facto, su asistencia por el Espíritu Santo.
Esta perspectiva diplomática y a la expectativa de los primeros años de la década de 1980 influyó notablemente en el Arzobispo Lefebvre y algunos comenzaron a inquietarse, especialmente porque el Arzobispo no daba señales claras, por aquél entonces, de querer consagrar obispos y, considerando su avanzada edad, el miedo a que un acuerdo diera al traste con la resistencia a la revolución neomodernista, favoreció que, por ejemplo, una eminencia como el Padre Guérard des Lauriers accediera a ser consagrado obispo por el problemático y escandaloso Arzobispo vietnamita Pedro Martín Ngo-Dinh Thuc. En este contexto, con la expulsión de «los nueve» en 1983 y las conversaciones que se fueron sucediendo con Roma, la tradición católica parecía que podría partirse en dos facciones irreconciliables.
No obstante, pronto se evidenció que Juan Pablo II abrazaba el modernismo con igual o mayor intensidad que Pablo VI, especialmente tras la muestra pública de apostasía con el acto interreligioso de Asís en 1986. Esto impulsó al Arzobispo Marcel Lefebvre a adoptar una postura más combativa y profundamente escéptica frente a las supuestas ventajas de alcanzar un acuerdo con Roma. Asimismo, la radicalización del Arzobispo, el cuestionamiento de la validez del nuevo sacramento del orden y la imperiosa necesidad de garantizar la continuidad a la sucesión apostólica, fomentaron en el fondo, que el viejo misionero buscase, a toda costa, poder consagrar obispos. Las consagraciones de 1988 provocaron a su vez una división con la salida de un pequeño grupo que aceptó el indulto de Ecclesia Dei. Esta nueva posición del grupo sedicente, con el tiempo, fue ganando adeptos, particularmente tras el posterior indulto otorgado por Benedicto XVI con el motu proprio Summorum Pontificum.
La articulación de un imposible: el reconocer y resistir
En esa travesía en el desierto de la HSSPX, ésta bien pudo haber aceptado la evidente conclusión de la vacancia, al menos formal, de la Sede apostólica. Asimismo, otros puntos de gran relevancia, como la necesidad de una mayor claridad respecto a las dudas sobre la validez del nuevo rito del orden (tanto en la consagración episcopal como en la ordenación sacerdotal), o el cuestionamiento del misal de Juan XXIII y la reforma de la Semana Santa de 1955 impulsada por Bugnini —aunque esta última resulta más debatible—, podrían haber sido abordados con mayor contundencia. Sin embargo, esto no ocurrió. Por el contrario, comenzó a gestarse una postura contradictoria, aunque, como hemos señalado, comprensible en los primeros momentos de la crisis. Esta posición, que no reflejaba fielmente la evolución del pensamiento del fundador de la Hermandad, parecía diseñada como una estrategia para facilitar futuras negociaciones con Roma y allanar el camino hacia un eventual acuerdo. Dicha postura, conocida como «reconocer y resistir», marcó un punto de inflexión en la dinámica del movimiento.
La postura de «reconocer y resistir» fue inclinándose progresivamente hacia el reconocimiento, a expensas de debilitar la resistencia. Esta dinámica, que operaba en una dicotomía calculada, fue señalada con claridad por el Obispo Richard Williamson: a mayor reconocimiento de la autoridad, menor resistencia a ésta; y, a la inversa, a mayor resistencia frente a los cambios, menor reconocimiento de la autoridad. En otras palabras, este análisis del obispo inglés representaba, de forma velada, un argumento en favor de la tesis de la Sede vacante.
La promulgación del motu proprio Summorum Pontificum en 2007, la remisión de las excomuniones a los cuatro obispos en 2009 y el inicio de negociaciones con Roma, que alcanzaron su punto culminante en 2012, confirmaron de manera inequívoca que la postura de «reconocer y resistir» priorizaba, ante todo, un acuerdo con unas autoridades eclesiásticas que distaban mucho de rechazar la revolución desencadenada por el Vaticano II. Estas tratativas, sin embargo, se vieron frenadas en gran medida por la firme oposición del Obispo Richard Williamson, cuya resistencia culminó con su expulsión de la Hermandad Sacerdotal San Pío X en 2012.
Estas conversaciones, sin embargo, no cayeron en saco roto. El Obispo Williamson, convertido en chivo expiatorio y principal opositor a un acuerdo debido a su prestigio, fue marginado y desacreditado dado que, oficialmente, la HSSPX no obtuvo un acuerdo con la Roma modernista. Sin embargo, la Hermandad experimentó un cambio profundo: las ordenaciones sub conditione de sacerdotes provenientes del Novus Ordo y ordenados según el nuevo rito dejaron de ser práctica habitual; la duda, que antes constituía la norma, se convirtió en excepción, limitándose únicamente a casos en que el nuevo rito de ordenación sacerdotal no se hubiera aplicado correctamente (!). Igualmente, se comenzó a aceptar en la práctica las confirmaciones administradas según el nuevo rito, desalentando a los fieles que buscaban recibir este sacramento sub conditione por el rito tradicional por un obispo válido. El nuevo sacramento reformado de la «unción de enfermos» pasó a aceptarse sin el menor cuestionamiento y, con la retirada de las excomuniones de los obispos, se acercaron a la Hermandad de San Pío X fieles conservadores que, de otra manera, se hubiera mantenido alejados. Esto cambió también el perfil general de la feligresía en la firmeza doctrinal, moral y costumbres.
El previsible desenlace futuro
El cambio de superior general en el año 2018 representó un aparente estancamiento en la fase de acercamientos con la Roma modernista. Sin embargo, esto fue más aparente que real, ya que bajo el pontificado de Francisco y la dirección del don Davide Pagliarani se obtuvieron autorizaciones para oír confesiones y poder actuar, los sacerdotes de la Hermandad, como testigos válidos en los matrimonios. Estos privilegios, inicialmente concedidos bajo la excusa del Jubileo de la Misericordia, se prorrogaban una vez concluido el Año Jubilar.
También se retiró con la Hermandad el «obispo» —gravemente dudoso, pues fue ordenado y consagrado por el nuevo rito— modernista Vitus Huonder, quién, sin retractarse del modernismo vaticanosegundista —como sí hizo Salvador Lazo—, consagró los óleos el Jueves Santo, que son administrados en los sacramentos del Bautismo y del Orden y son esenciales para la validez para la Confirmación y la Extremaunción. Vitus Huonder murió el 3 de abril de 2024 y fue enterrado junto al sepulcro del Arzobispo Marcel Lefebvre.
En este año 2025, la Hermandad de San Pío X cuenta con más de 700 sacerdotes y tan sólo dos obispos, tras la muerte del Obispo Bernard Tissier de Mallerais el pasado año. Cabe recordar que el Obispo Tissier era un firme opositor a cualquier acuerdo con los modernistas. Y ahora, en el contexto de la reciente peregrinación a Roma del pasado mes de agosto —durante la cual participaron más de 7.000 fieles—, se habla abiertamente de la celebración de consagraciones episcopales para junio del próximo año 2026.
Siendo realistas, resulta altamente improbable —y sería una imprudencia absoluta por parte de los modernistas— no autorizar dichas consagraciones. De confirmarse esta eventualidad, la Hermandad habría sucumbido en manos de los modernistas, demostrando efectivamente y parafraseando al Obispo Williamson, que es imperativo rechazar con firmeza los cambios para no perecer precisamente por el reconocimiento de las autoridades vaticanosegundistas.
Así, se consolidaría entonces una clara fractura en el tradicionalismo católico, dividido en dos corrientes irreconciliables: un grupo que acepta el reconocimiento y la regulación de las autoridades eclesiásticas modernistas, buscando coexistir dentro de la estructura institucional, y otro que rechaza categóricamente cualquier colaboración con dichas autoridades. En este último sector, si acaso algunos todavía se empeñan obstinadamente en reconocer como válidas a las autoridades modernistas, lo hacen ya de forma puramente retórica, manteniéndose al margen del también problemático sedevacantismo dogmático, que monopolizan los numerosos grupos, sacerdotes y sociedades sacerdotales el dudoso linaje episcopal del Arzobispo Ngo-Dinh Thuc.
