Desde hace unos años es frecuente encontrar repetidas críticas al denominado comunitarismo, catalogándolo como una tendencia de raigambre protestante y americanista, perfecto producto de la atomización tribal que producen los fundamentos filosóficos, religiosos y políticos del estilo de vida estadounidense. No es para menos puesto que, así planteado, el comunitarismo resulta absolutamente contrario a la cosmovisión católica de la sociedad y a la obligación que los católicos tenemos de restaurar el orden político en Cristo. Se presenta así como una suerte de renuncia a toda acción política, conformándose los católicos con ser tolerados con un gueto dentro de la sociedad liberal. A su vez, los fieles católicos que vivan en esa «comunidad apartada» faltarían gravemente a la caridad, puesto que renunciarían a convivir con sus semejantes y por ende a convertirlos, aislándose de la sociedad a la que consideran que está perdida y que no tiene remedio.