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El error de la crítica al comunitarismo

Desde hace unos años es frecuente encontrar repetidas críticas al denominado comunitarismo, catalogándolo como una tendencia de raigambre protestante y americanista, perfecto producto de la atomización tribal que producen los fundamentos filosóficos, religiosos y políticos del estilo de vida estadounidense. No es para menos puesto que, así planteado, el comunitarismo resulta absolutamente contrario a la cosmovisión católica de la sociedad y a la obligación que los católicos tenemos de restaurar el orden político en Cristo. Se presenta así como una suerte de renuncia a toda acción política, conformándose los católicos con ser tolerados con un gueto dentro de la sociedad liberal. A su vez, los fieles católicos que vivan en esa «comunidad apartada» faltarían gravemente a la caridad, puesto que renunciarían a convivir con sus semejantes y por ende a convertirlos, aislándose de la sociedad a la que consideran que está perdida y que no tiene remedio.

Siendo honestos, esto no deja de ser una caricatura que, si bien en algunos casos efectivamente puede corresponderse, no parece un juicio justo, ya que, muchas veces, la crítica al comunitarismo adolece de una definición clara sobre aquello que es objeto de crítica. ¿Qué es el comunitarismo? Parece, a tenor de los ataques que recibe, que podría tratarse desde una concepción amish del catolicismo a una legítima y, por qué no decirlo, obligada resistencia que deben tener los católicos frente a los ataques insidiosos de la Revolución y, como consecuencia, una situación cada vez más hostil de la sociedad moderna que ésta provoca.

De hecho, no existe en todo el mundo ninguna comunidad católica tradicionalista organizada de este tipo. A lo sumo hay páginas de Internet y grupos en diversas redes sociales que pretenden hacerlo, pero sin llevarlo a cabo finalmente. Tampoco se puede considerar que sea, en absoluto, una tendencia o deseo mayoritario entre los católicos tradicionalistas. Entonces, ¿qué se critica exactamente y por qué ahora y tan asiduamente? Dejamos la pregunta en el aire. Lo que está fuera de toda duda es que se critica como comunitarismo lo que no es, principalmente porque no se define exactamente qué es el comunitarismo ni en qué consiste. Lo cierto es que las alarmas saltan especialmente cuando hay alguna iniciativa de supervivencia de los católicos tradicionales que se salga de lo puramente filosófico o político. Entonces salen a la palestra los ya manidos calificativos: clericalismo, aislacionismo, capillismo, comunitarismo, puritanismo, jansenismo... etcétera.


LOS QUE CRITICAN EL COMUNITARISMO

1. El perfil socioeconómico

Generalmente, las críticas a estas legítimas resistencias católicas provienen de perfiles que no son verdaderamente conscientes de la crisis social y, sobre todo y lo más importante, de la crisis de la Iglesia. Por ello, son sujetos que están contaminados del mundo moderno, es decir, del liberalismo, aunque digan combatirlo. Viven en ambientes tribales (hoy no existe sociedad ni comunidad política) conservadores y económicamente acomodados y no ven ninguna necesidad de salir de la Sodoma y Gomorra contemporánea. Muchos de ellos no tienen familia y, si la tienen, no han educado a la misma en un catolicismo integral y lo que ello conlleva. Es, por tanto, una crítica que se realiza desde ambientes conservadores, aunque no sean teoréticos, pero sí prácticos y vividos. Tienen así percepciones que ignoran o relativizan la crisis del tiempo presente ya que viven muy cómodos y aclimatados con los elementos más conservadores de la sociedad liberal.

2. Una concepción errada de la sociedad

Los críticos a una verdadera resistencia católica a la sociedad moderna tienen una concepción de la sociedad política totalmente desviada. Es increíble que, muchos de ellos, siendo legitimistas, tiendan a legitimar la política de los hechos consumados... en la sociedad. Así, no cabría hablar de Iglesia o anti-Iglesia, de España o anti-España ni de sociedad y anti-sociedad. Para ellos la sociedad deformada por la Revolución es, a pesar de todo, nuestra sociedad. Algunos incluso la confunden con el deber de piedad patriótica, dando la razón a los liberales, que siempre consideraron que la España actual es la verdadera España y no hay otra legítima y católica en oposición permanente. Para esta gente, debemos realizar nuestras tareas de apostolado sin desvincularnos de una sociedad podrida. Es una táctica similar a la que utiliza el Opus, que pregona aquello de la «santidad en el mundo moderno». Pero, como el propio Opus, esta gente no predica con el ejemplo, porque tampoco se relacionan con la sociedad en sí, sino que, solamente con una parte de la misma, la más conservadora y aparentemente menos degenerada. Por ello, aún viviendo en la ciudad liberal y con todos los vicios y peligros que ello conlleva, no viven verdaderamente en medio de la sociedad. Por lo tanto, al final, para ellos la «sociedad» representa en el mejor de los casos un diez por ciento de la población española, lo más conservador de la misma, que no por ello deja de ser menos liberal; al contrario. De hecho, muchas veces esos sectores conservadores y acomodados de la sociedad liberal no son precisamente los más fácilmente convertibles.

3. La sal que se vuelve sosa

Aceptando las formas de vida, la cultura, el lenguaje, las modas, las costumbres y la música del mundo moderno, los católicos terminan, inevitablemente, contaminándose del mismo. Muchos de los que se acercan a la Tradición se quedan a medias, tratándose más bien de un conservadurismo de pose tradicionalista o liturgia tridentina. Esto es rápidamente perceptible a poco que uno tenga una conversación con tales sujetos. Y no se trata necesariamente de «recién llegados», sino de personas que llevan muchos años, en teoría, siendo tradicionalistas. El mundo es uno de los tres enemigos del alma y lo normal es que produzca la tibieza en aquellos que, en medio del mismo y sin poner los remedios necesarios y radicales para ello, pretenden mantenerse firmes en la Tradición. Por lo tanto, pensando que están en medio del mundo para convertir a los conciudadanos nominalmente españoles, al final terminan ellos contaminándose y, desgraciadamente, ni sus hijos les siguen en la adhesión a la Fe de siempre.

4. No convierten a nadie

La verdadera paradoja de los críticos con el comunitarismo es que no convierten a nadie. No lo hacen sus hijos, que imprudentemente escolarizan en los mal llamados colegios «católicos» (modernistas) y, por supuesto, descartan de antemano el colegio católico tradicionalista y la educación en casa. Esto sencillamente es pecaminoso, puesto que exponen a sus hijos —que están en proceso de aprendizaje y no tienen la formación ni los medios para convertir a nadie— al mundo moderno, a la confusión con el modernismo vaticanosegundista y a la herejía. Pero tampoco convierten a nadie sus padres. No lo hacen desde luego en el trabajo, ni con sus vecinos ni tampoco con su familia. Quién niegue esto que nos diga de un solo caso de una persona que hayan convertido sin que ésta tuviera un previo interés o una natural disposición. Es decir, esa persona hubiera llegado de una u otra manera. Porque las personas al final contactan con institutos tradicionalistas o con el sacerdote, que es quién verdaderamente hace el apostolado. Y es que el apostolado (siempre ha sido así) que pueden llevar a cabo los seglares es muy reducido. Esto siempre lo tuvieron en cuenta los católicos, pero durante el siglo XX por diversas agrupaciones veladamente democratacristianas o directamente católicas liberales, se exageró enormemente la capacidad de hacer apostolado que tiene el seglar y esos errores han penetrado en muchos católicos tradicionales.

5. Reconquista real

Así pues, la reconquista real no pasa porque tradicionalistas a medio convertir en sus formas de vida  traten de formar una resistencia política purísima en la doctrina y heterodoxa en materia de Fe y moral. Más bien, se trata de replegarse para reconquistar después. No puede haber una España católica si no hay católicos. Es absurdo pretender ganar el mundo (o la Patria) si se pierde el alma (o la de su familia). Por tanto, resulta preciso formar comunidades católicas de resistencia al mundo moderno, sea éste en su vertiente progresista o conservadora. No implica con ello un aislacionismo total, nadie ha defendido eso. Pero sí una necesaria ruptura con una exposición excesiva al mundo moderno, especialmente por parte de las familias católicas.

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