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Sobre el Gran Monarca

La profecía del Gran Monarca es una suma de vaticinios los cuales, registrados durante toda la historia de la Iglesia, convergen en torno a un hecho específico: la restauración del Trono y del Altar en todo el orbe, esto es, el regreso a la Tradición en sentido pleno.

El Rvdo. P. D. José Domingo María Corbató, O.P., cruzado de S.M.C. Don Carlos VII en la Tercera Guerra, dedujo que la más antigua alusión al Gran Monarca se encuentra en el Libro de Esdras, aun cuando los testimonios comenzaran a notificarse con mayor frecuencia a partir del Bajo Medioevo (con algunas escuetas menciones anteriores, como la de San Isidoro de Sevilla). Otros varones de probada santidad que refirieron detalladamente este presagio fueron San Vicente Ferrer o San Francisco de Paula, por ejemplo.

Antes de enumerar los encargos que se espera habrá de cumplir el futuro Gran Monarca, nos detendremos en conocer aquello que se anuncia sobre la condición de su persona:

- «Será gran pecador en la juventud y después se convertirá al gran Dios» (San Francisco de Paula).

- «Joven de veinte a treinta años» (Venerable Teodoro Serani).

- «Ignorando su destino» (Venerable Teodoro Serani).

- «Procederá de la antigua raza de los reyes de Francia» (San Ángelo de Sicilia).

- «Descendiente de la estirpe de España» (Santa Brígida de Suecia).

- «Se creerá que la raza del gran duque está extinguida» (Venerable Bartolomé Holzhauser).

- «Un príncipe que habrá pasado sin ser advertido hasta esta época, y cuya casa habrá sufrido mucho por la desgracia de los tiempos» (Venerable Elena Wallraf).

- «Será un salvador con el cual no se contaba» (Sor Mariana de Blois).

- «Grande será el asombro del mundo cuando llegue a saber que hay en París un Rey que vive desconocido entre el pueblo» (Venerable Eugenio Peghi).

La profecía anónima de Magdeburgo, fechada en el siglo XIII, parece referirse también al Gran Monarca: «de la sangre de Carlos César y de la casa real de Francia nacerá un Emperador que dominará toda la Europa y reformará el decaído estado de la Iglesia. Antes de que esto suceda, se verán naciones llamarse pueblos sin jefe». El Beato Reginaldo de Orleáns había advertido así mismo, durante su visión, una flor de lis en el pecho del Restaurador. Ahora bien, algunos apologetas, como el propio don José Domingo Corbató, apuntaron a que dicho varón podría recibir en el curso de su vida el sacramento del Orden.

Ya hemos dado a entender cuáles serán las principales empresas del Gran Monarca; veámoslas ahora con algo de detalle:

- «Se atraerá un pequeño grupo de hombres con los cuales hostigará a los partidarios del gobierno» (Venerable Teodoro Serani).

- «Se verá obligado a retirarse a los Alpes» (Venerable Teodoro Serani).

- «Abandonado de casi todos sus partidarios» (Venerable Teodoro Serani).

- «Reparará sus fuerzas y entrará en una ciudad» (Venerable Teodoro Serani).

- «Algunos hombres, amantes de la patria, se unirán entonces a él» (Venerable Teodoro

Serani).

- «Destruirá las repúblicas y celará la verdadera Iglesia de Jesucristo» (Venerable Bartolomé

Holzhauser).

No fueron pocos quienes anunciaron expresa y claramente, como lo hizo San Anselmo de Canterbury, que esta Cruzada tendrá lugar primero en la patria del Gran Monarca y que, una vez venciere allí, auxiliará al Soberano Pontífice en el retorno de todos los pueblos a la Santa Madre Iglesia. Aún más, con el transcurso de los siglos les ha sido revelado a otros tantos buenos hombres que dicha patria no será sino España (profecías de San Isidoro de Sevilla, de San Alfonso Rodríguez o del Beato Nicolás Factor, por ejemplo) e incluso que el conflicto pudiera iniciarse en torno a los Pirineos (profecía de Bug de Milhas). En opinión de don José Domingo Corbató —quien sigue en este punto a San Vicente Ferrer—, el Gran Monarca se dará a conocer primero en Valencia.

Después de observados brevemente algunos de los pormenores bélicos, debemos apreciar con mayor detenimiento al designio general del Gran Monarca: una alianza con el Papado para devolver a la Iglesia los derechos que le corresponden en toda su integridad. A este respecto, preconizaba lo siguiente el Beato Nicolás Factor, O.F.M., en el siglo XVI:

Se levantará en la Iglesia un nuevo David, que será un Romano Pontífice [...] el cual reformará la Iglesia Católica en tiempo en que se hallará en tanta apertura que apenas serán católicos y fieles la tercera parte de quienes tienen el nombre de cristianos. Este nuevo Pontífice volverá la Iglesia a su antiguo estado y reducirá a los herejes; y en reduciéndolos, se juntará con el Rey, en quien estará la gracia de Dios, y los dos tomarán todos los tesoros de la Iglesia.

El dominico Corbató defendía además que, de resultas de la renovada comunión entre el Trono y el Altar, llegará a reunirse un nuevo Concilio Vaticano, según la lectura que el Beato Bartolomé Holzhauser realizara en torno al décimo capítulo del Apocalipsis.

Acerca del año en que habrá de aparecer este Gran Monarca se ha dicho que por entonces las Coronas de España e Italia habrán sido proscritas (Beato Joaquín de Fiore), que las mujeres vestirán como hombres y vivirán licenciosamente (San Vicente Ferrer), que los católicos se refugiarán en España (Bug de Milhas), o que París habrá sido destruida materialmente y Roma en lo moral (San Anselmo de Canterbury). El erudito Adrien Péladan, quien llegara a recibir por su obra la felicitación de Pío IX, citó en Nouveau Liber Mirabilis (1871) la conversión de Rusia durante el tiempo en que actuase el Gran Monarca.

Una parte considerable de dichos vaticinios especificó que todo lo anterior tendría lugar a finales del siglo XIX o inicios del XX. Por su lado, el abate E. Combe sostuvo la fecha del 29 o 30 de septiembre de 1896 para el inicio de las obras del Restaurador; es decir, exactamente 40 años antes de que la tenencia del Trono español pasase providencialmente a la rama de Parma.

Se habrá percatado ya el lector de que son numerosísimas las vinculaciones entre la Dinastía legítima y el profetismo del Gran Monarca. Don José Domingo Corbató fue rotundo al respecto: «el primero que subirá al trono de las Españas con la bandera tradicional enhiesta, y aun mejorada como piden los adelantos legítimos, ése será el Gran Monarca» (Apología del Gran Monarca, p. 85). Así, no fueron pocos los carlistas que divisaron originalmente en Don Carlos VII la figura del providencial Restaurador, y dieron muestras de ello con sus escritos el propio Corbató o el Padre J. Lascoé; mas, acabada la Tercera Guerra, una buena parte de aquellos que con entusiasmo se habían adherido al augurio renegaron pronto de ello. En cualquier caso, el profetismo para con lo dinástico no fue nunca ajeno a la Causa, ya que Sor María Antonia Jimeno había predicho tanto la muerte de Don Carlos V como el destino de su hijo y sucesor, así como la persecución religiosa de la década de 1930 (frente a la cual los carlistas se alzaron heroicamente).

Sea como sea, hasta que el Altísimo lo quiera, cabe tener siempre presente esta aseveración de don Jacinto Coma, O.M., quien sintetizó con gran acierto el modo en que debemos aguardar al Gran Monarca: «la Providencia se reserva un medio imprevisto que hará de un solo golpe lo que, según el curso natural de las cosas, pediría mucho tiempo».

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