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Consideraciones morales sobre playas y piscinas

El baño al aire libre en playas y piscinas es higiénico y saludable, puede ser un honesto modo de solaz recreación, en sí no es malo y por tanto lícito. Sin embargo, con pretexto de la higiene, salud o descanso se cometen hoy los más graves escándalos(1). No se trata de cohibir la natural, lícita, sana expansión y uso de los bienes que Dios ha otorgado al hombre para su conveniente higiene y recreo del cuerpo y del espíritu, pero de ningún modo está permitido y es pecado grave el que, aprovechando tales ocasiones, se abandonen las costumbres honestas y se consienta el desenfreno de los vicios, se dé lugar al desnudismo sin pudor, se perviertan las almas por el escándalo...

Algunas veces, el respeto humano, otras, un desviado concepto de la higiene o de la elegancia, muchas, la sensualidad y la concupiscencia son causa de graves equívocos, errores acerca de lo que es permitido y de lo que es prohibido en este tema, con gravísima ruina para las almas.

Conviene pues, señalar los principios morales a que debe someterse tal actividad.
Y un primer punto a destacar es la conducta que impone en todo momento y lugar la virtud del pudor al hombre católico.

Pío XII, hablando del tema decía que: «Tan evidente como el origen y la finalidad del vestido es la exigencia natural del pudor, entendido ya en el sentido más amplio, que comprende también la debida consideración hacia la sensibilidad de los demás frente a los objetos repugnantes a la vista, ya sobre todo, como tutela de la honestidad moral y escudo contra la desordenada sensualidad. La singular opinión que atribuye a la relatividad de esta o aquella educación el sentido del pudor; que llega incluso a considerarlo como una deformación conceptual de la inocente realidad, un falso producto de la civilización y hasta un estímulo a la deshonestidad y una fuente de hipocresía, no está apoyada en ninguna seria razón; al contrario, esa opinión encuentra una explícita condena en la consiguiente repugnancia de los que tal vez se atrevieron a adoptarla como sistema de vida, confirmando de este modo la rectitud del sentido común manifestado en las costumbres universales. El pudor, considerado en su significado estrictamente moral, cualquiera que sea su origen, se funda en la innata y más o menos consciente tendencia de cada uno a defender de la indiscriminada concupiscencia de los demás un bien físico propio, a fin de reservarlo, con prudente selección de circunstancias, a los sabios fines del Creador, por El mismo puestos bajo el escudo de la castidad y de la pudicia.

Esta segunda virtud, la pudicia, cuyo sinónimo «modestia» (de modus, medida, límite) quizá expresa mejor la función de gobernar y dominar las pasiones, particularmente sexuales, es la natural defensa de la castidad, su valiosa defensa, puesto que modera los actos próximamente conexos con el objeto propio de la castidad. Como su escolta avanzada, la pudicia hace sentir al hombre su aviso ya desde que adquiere el uso de la razón. Incluso antes de que aprenda la noción de castidad y de su objeto, y le acompaña durante toda la vida, exigiendo que determinados actos, en sí honestos, porque divinamente dispuestos, estén protegidos por el discreto velo de la sombra y por la reserva del silencio, como para conciliarles el respeto debido a la dignidad de su gran fin.

Es, por tanto, justo que la pudicia, como depositaria de bienes tan preciosos, reivindique para sí una autoridad superior sobre toda otra tendencia o capricho y que presida la determinación de las formas de vestir»(2).

Agrega el Sumo Pontífice que, «al igual que la naturaleza ha puesto en cada criatura un instinto que la empuja y la lleva a defender su propia vida y la integridad de sus miembros, así la conciencia y la gracia, que no destruye, sino que perfecciona a la naturaleza, infunden en las almas una especie de sentido que las pone en guardia vigilante contra los peligros que amenazan a su pureza. Esto es especialmente característico de la joven cristiana. Se lee en la Pasión de las Santas Perpetua y Felícitas, considerada justamente como una de las más preciadas joyas de la antigua literatura cristiana, que en el anfiteatro de Cartago, cuando la mártir Vibia Perpetua, lanzada al aire por un toro feroz, cayó de nuevo en la arena, su primer cuidado y su primer gesto fueron para arreglar su túnica, que se había desgarrado por un costado para tratar de cubrirlo, más atenta aún al pudor que al dolor...»(3).

La virtud del pudor se constituye así en guardián vigilante de la castidad perfecta de cualquier cristiano..., y si la higiene responde a imperativos físicos, y la buena presencia (a que sirve la moda en el vestir) pone de manifiesto todo un conjunto de razones psicológicas y estéticas, siempre el pudor tendrá primacía sobre estas exigencias porque sólo él es de orden espiritual.

Todo católico, por el bautismo ha sido elevado a la condición de hijo de Dios, y su cuerpo se ha constituido en «templo del Espíritu Santo». De allí que todo lo que venga a empañar su pureza constituirá un atentado a aquella condición y esta dignidad de su cuerpo.

«Elevado así a ser habitación del espíritu, el cuerpo humano estaba dispuesto para recibir la dignidad de templo mismo de Dios, con las prerrogativas que conviene a un edificio a El consagrado, y uno de los más grandiosos. De hecho, según las palabras del Apóstol, el cuerpo pertenece al Señor y nuestros cuerpos son los miembros de Cristo. “¿No sábeis escribe que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros, Espíritu que habéis recibido de Dios y que no sois vuestros? Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios, en vuestro cuerpo” (I Cor. 6, 15, 19-20)». S.S. Pío XII, Alocución al Congreso Científico del Deporte, 8 de noviembre de 1952.

Además, el desorden dejado en la naturaleza por el pecado original, impone un cuidado especial en el vestido, y que, sin dejar de lado los progresos de la moda, siempre debe respetarse de modo absoluto: «no debe jamás proporcionar una ocasión próxima de pecar»(4), y por eso advertía Pío XII con un interrogante, de la moda indecente, deshonesta: «¿no existe una moda, que ante nuestros ojos se manifiesta, que es audaz y malsana para una joven cristianamente educada...? Trajes tan exiguos que más bien parecen hechos para poner de relieve aquello que deberían velar...»(5).

En orden a este tema es necesario repetir lo que ya afirmaba San Pablo: «los que tenemos por más viles miembros, a esos cubrimos con más decoro..., porque los que en nosotros son más honestos no tienen necesidad de nada»(6), de lo que resulta, según las doctrina y la práctica de los teólogos(7), una distinción de las distintas partes del cuerpo:

a) partes honestas: aquellas que según una sana costumbre, sin ofensa del pudor, se exponen a las miradas de todos (el rostro, las manos, los pies).

b) partes menos honestas: las que, según el uso recibido y la sana costumbre se acostumbran cubrir (las piernas, el pecho, parte de los brazos, el cuello, la espalda).

c) partes deshonestas (o torpes): las que en todas las naciones cultas por natural pudor siempre se cubren (son los genitales y las partes vecinas a ellos)(8).

Sentadas estas premisas, de modo Sentadas estas premisas, de modo general se debe decir que «es moralmente lícito, para el hombre, la mujer y los niños, bañarse tanto en el mar, el río, e incluso en piscinas...».

Sin embargo a tal principio deben agregarse otros que preserven de los riesgos que el mismo implica y que atañen a sus circunstancias: «en nombre, pues, de la higiene, de la salud, o del necesario esparcimiento ─decía en una Pastoral siempre actual, el Obispo de Cádiz-Ceuta, tomen enhorabuena su baño en el mar, hombres, mujeres y niños. Pero háganlo todos con la separación conveniente, las necesarias precauciones y las debidas cautelas. El uso de los baños mixtos debe quedar descontado para toda persona cristiana»(9).

Sin perjuicio de algunas explicitaciones que damos más abajo, trascribimos, acerca de estas «precauciones y cautelas», las directivas de otra pastoral dada por el Arzobispo de Valladolid, el día 8 de julio de 1950, también de perenne vigencia: «...que todos nuestros fieles sepan:

1) Que el traje de baño siempre ha de ser honesto, y no lo es ciertamente el «maillot»(10).

2) Que todos los que en las playas o fuera de ellas exhiben desnudeces provocativas pecan con el doble pecado de inmodestia y de escándalo. Y sabido es lo que del escandaloso dijo Jesucristo: «Más le valiera que le colgasen una piedra de molino al cuello y le arrojasen al fondo del mar». Tan tremendo es el juicio que, de los escandalosos, formuló el Maestro divino.

3) Que las playas en que promiscuamente se bañan hombres y mujeres, y la desnudez es provocativa, constituyen de suyo ocasión de pecado grave para los que a ellas asisten. 

4) Que en las playas debe haber completa se­paración de sexos mientras estén con traje de baño. Si tal separación no existe, nadie se puede extrañar que hombres y mujeres sean mutuamente objeto de tentación y de peligro para la limpieza de sus almas.

5) Que es muy doloroso y lamentable que las personas que en las playas se distinguen por su inmodestia no sean solamente las mundanas, libres, atrevidas o equivocas, sino también otras dadas, exteriormente al menos, a la piedad, y a veces hasta las que comulgan con frecuencia y figuran con sus nombres en asociaciones piadosas o benéficas»(11).

«El mandato divino de la pureza de alma y cuerpo es igualmente válido sin aminoración para la juventud de hoy. También ella tiene esa obligación moral y, con la ayuda de la gracia, la posibilidad de conservarse puro. Nos rechazamos como errónea la afirmación de aquellos que consideran como inevitables las caídas durante los años de la pubertad, las que, por tanto, no merecerían que se les hiciera caso, como si no fueran faltas graves, porque de ordinario añaden ellos la pasión suprime la libertad necesaria para que un acto sea moralmente imputable. Por el contrario, es una regla obligatoria y sabia que, sin descuidar por eso el cuidado de hacer patentes a los jóvenes las nobles cualidades de la pureza de tal manera que tiendan a amarla y desearla para ellos, el educador inculque en toda ocasión claramente el mandamiento de Dios tal y como es, en toda su gravedad y su importancia como tal ley divina. Estimulará así a los jóvenes a evitar las ocasiones próximas, les dará valor para la lucha, de la que no se ha de ocultar la dureza; les incitará a aceptar valerosamente el sacrificio que la virtud exige y les exhortará a perseverar y no caer en el riesgo de deponer sus armas desde el comienzo sucumbiendo sin resistencia a los hábitos perversos». S.S. Pío XII, La educación de la conciencia, radiomensaje en la clausura de la «Jornada de la Familia» en Italia, 25 de marzo de 1952.

Y la razón es que el desnudismo y excesiva libertad usada en tales lugares constituyen una ocasión voluntaria de pecado grave a la que nadie tiene derecho a exponerse sin caer en pecado... Además no se puede pensar que tal peligro disminuye con el hábito, según el axioma que dice ab assuetis nulla fit passio, porque en el hombre, especialmente en los jóvenes, el espectáculo continuado de playas y/o piscinas, aunque próximamente no suscite acaso los bajos estímulos del mal, debilita siempre el pudor natural y hace que uno se permita con facilidad muchas ligerezas. Así, las pasiones no disminuyen, sino más bien aumentan en tales lugares, donde, a la relajación física, se une la relajación espiritual.

Por eso, con mucha razón el Papa Pío XII advertía: «No os hagáis ilusiones de creer que vuestras almas son insensibles a las tentaciones, invencibles a los atractivos y a los peligros. Es verdad que el hábito sostenido logra hacer que el espíritu esté menos sometido a tales impresiones...; pero imaginarse que todas las almas, tan inclinadas al sentimiento, pueden hacerse insensibles a los incentivos que irrumpen la imaginación, que, pintados con los atractivos del placer, atraen y atan a sí la atención, sería suponer o estimar que pueda disminuir o cesar nunca la maligna complicidad que aquellas insidiosas instigaciones encuentran en los instintos de la naturaleza humana caída y desordenada»(12).

El Episcopado argentino, preocupado también por la ola de inmoralidad en estos temas, dictó en junio de 1933, un Decreto que en su parte pertinente dice:

«Considerando con gran dolor de nuestras almas los gravísimos daños espirituales que trae al pueblo cristiano la difusión de la inmoralidad pública en todas sus manifestaciones; y teniendo presente las instrucciones y decretos emanados de la Santa Sede durante estos últimos años; queriendo además establecer en algunos puntos normas prácticas y concretas, que sirvan así a los fieles como a los directores de almas para ajustar las costumbres externas a una vida verdaderamente cristiana:

Los Obispos, reunidos para velar por el bien de las almas que Nos han sido encomendadas, establecemos:

c) Que no están conformes con la conducta cristiana:

1) ni la promiscuidad simultánea de sexos en las piscinas públicas de natación y en ciertas diversiones veraniegas en que el vestido es completamente inadecuado para estar fuera del agua...»(13).

En este contexto, podemos decir entonces que:

Si los baños se toman sólo con personas del mismo sexo serán lícitos siempre que se usen las reglas de decencia y dignidad en los modales, posturas, vestidos, etc.

No puede aceptarse cualquier clase de traje de baño, sino:

1) sólo aquel que sea honesto conforme a las partes del cuerpo que debe cubrir,

2) de tal contextura y color que evite el adherirse al cuerpo, mostrando, insinuando o transparentando lo que no debe ni mostrar, ni insinuar, ni transparentar, y

3) que, atendidas las circunstancias del ambiente, de las personas que los llevan, no resulten provocativos y/o escandalosos para los demás.

EL VERANEO

Se ha dicho que el veraneo es el invierno de las almas. Es tiempo, ciertamente, en que el mundo, el demonio y la carne hacen mayor estrago en las almas. Pero Dios, que nos ha dado tantas bellezas y tantos medios de recreo, tiene derecho a esperar de su criatura racional otra correspondencia, más conforme con la razón y con la fe.

El veraneo, fuera de los lugares habituales de residencia, no será peligroso si pensamos que Dios está en todas partes, que nos ve, y que sus mandamientos obligan siempre y en todo lugar. Debemos tener muy presente que el mal ejemplo, especialmente para el pueblo sencillo, puede ser causa de un gravísimo escándalo, digno de los terribles anatemas de Cristo.

Preciso es que no se dejen en el verano los medios habituales de piedad, y aún se aumenten, pues el descanso lo permite, ya que la vida sobrenatural no puede tener vacaciones, como no las tienen los enemigos del alma, que entonces se mueven con más afán.

Especial peligro ofrecen para la moralidad los baños públicos en playas, piscinas, orillas de río, etcétera.

La autoridad gubernativa suele dar todos los años oportunas instrucciones, que deben ser cumplidas con sumisión y hechas cumplir por los agentes de la misma autoridad y aún por los particulares, los cuales deben denunciar todos los actos públicos ofensivos a la moral.

Deben evitarse los baños mixtos (individuos de distintos sexos), que entrañan casi siempre ocasión próxima de pecado y de escándalo, por muchas precauciones que se tomen, y más, si cabe, en las piscinas, donde lo reducido del espacio y la aglomeración de personas hacen más próximo el peligro. Ni se atenúa porque las piscinas sean de propiedad particular y aún familiares.

Únicamente pueden tolerarse las piscinas mixtas infantiles, siempre que sean sólo para niños que no han llegado al uso de razón. Pero tampoco deben ser éstos admitidos en las piscinas de mayores, de sexo distinto, por las imágenes que pueden quedarles para el día de mañana.

En las piscinas para hombres solos puede tolerarse el simple bañador, y son más aceptables las variedades parecidas a la prenda llamada «Meyba». 

Para las mujeres solas el traje debe de ser tal que cubra el tronco, y con faldillas para fuera del agua.

En los baños mixtos, si de ningún modo se pueden evitar, el traje de hombres y mujeres debe ser más modesto y emplearse sólo para el agua, cubriéndose al salir con el albornoz. Evítese la convivencia en la playa y fuera de ella con estas prendas.

En los concursos de natación públicos obsérvese lo dicho en los dos puntos anteriores.

Los baños escolares deben hacerse con separación de sexos, con trajes convenientes, por edades afines y bajo la vigilancia de los directores de los centros docentes. 

Los baños de sol no deben ser pretexto para abusar del desnudo, que ordinariamente no es necesario, y que cuando lo es, debe practicarse lejos de la vista de otras personas.

Presentan especiales peligros las excursiones campestres, con baño mixto en un estanque o río; pues a los inconvenientes del baño público en general hay que añadir los que provienen de la frivolidad, ligereza y excesiva libertad de un día de excursión.

Normas de decencia cristiana - Comisión Episcopal de Ortodoxia y moralidad. Secretariado del Episcopado Español - Madrid, 1958.

En la playa o fuera de la piscina se debe permanecer siempre cubierto. Si se desea tomar baño de sol, deberá ser alejado de las personas de sexo contrario, y de modo que se salvaguarde completamente la curiosidad u ocasión de pecado...(14) No es lícito a un católico concurrir a piscinas públicas en razón de la mayor aglomeración de gente, menor extensión del lugar, frivolidad, ligereza, libertad excesiva que el ambiente favorece, etc.

Para los baños en las piscinas privadas, se debe respetar siempre la separación de sexos, y en las casas de familia, entre hermanos, puede ser lícito la no separación de sexos en la menor edad, cuidando siempre las peligros de pecado en los juegos mixtos, etc. 

De modo particular, debe añadirse que no están libres de pecado (incluso mortal) quienes:

a) buscasen en tales acciones u ocasiones un fin deshonesto,

b) previesen (o debiéndolo prever no lo hicieren) que su acción puede causar un grave escándalo,

c) con su actitud fueran ocasión de la violación de otras obligaciones (v. gr., de padre, de madre, de sacerdote, etc.);

d) viendo que tales baños son ocasión próxima de pecado, no desisten de ellos; ya que si por razones personales (temperamento, debilidad, etc.) tales lugares o situaciones se constituyen en ocasión de pecado voluntario, hay obligación absoluta de renunciar a ellos.

«Mantened desde los primeros años ante los ojos del niño los mandamientos de Dios y acostumbradle a observarlos. La juventud de hoy, no menos que la de los tiempos pasados, está dispuesta y preparada para obrar bien y servir a Dios. Pero es preciso educarla en ese sentido. Oponed al deseo, al frenesí del lujo y del placer, la educación del candor y de la sencillez. La juventud debe aprender a dominarse y endurecerse con las privaciones. ¡Educad a vuestros hijos en la pureza! Ayudadles cuando les sean necesarios una palabra, un consejo, una orientación. No olvidéis, por tanto, que una buena educación abarque toda la vida y que enseñe especialmente a dominarse a sí mismo, es también la mejor formación en el campo de la pureza.». S.S. Pío XII, La causa del mal, Alocución a la Unión de Mujeres católicas, 24 de julio de 1949.

Ni la moda, ni la higiene o la comodidad, ni el pensar que el comportamiento, posturas, modales o vestido no comportan daño alguno en los demás, no es ni puede ser la norma última de su conducta. A tales argumentos respondía Pío XII con estas sabias y prudentes palabras: «La moda no es ni puede ser la regla suprema de nuestra conducta; por encima de ella y de sus exigencias existen leyes más altas e imperiosas; principios superiores e inmutables que en ningún caso pueden ser sacrificados en aras del placer o del capricho... Si se convierte en peligro grave y próximo para la salud del alma, no es, ciertamente higiénica para vuestro espíritu, y es vuestro deber renunciar a ella. Y si, por un simple placer personal nadie tiene derecho a poner en peligro la vida personal de otro, ¿no será aún menos lícito comprometer la salvación del alma?... ¿Qué saben ellos de la impresión que producen en los demás? ¿quién les asegura que los otros no sufren incitaciones perversas? No conocen bien el fundo de la fragilidad humana ni la forma en que sangran las heridas producidas en la naturaleza por el pecado de Adán, con la ignorancia en la inteligencia, malicia en la voluntad, con avidez de placer y con debilidad ante el bien aparente que nace en las pasiones de los sentidos...»(15).

En síntesis, un buen católico no discute acerca del límite entre lo permitido y lo prohibido; debe tener el valor de vivir por completo lo que él es por su fe. Debe dejar que todo su exterior trasparente la vida divina que lleva en su alma, y por tanto, en el tema particular que nos ocupa, está obligado a:

1) rehusar siempre llevar atuendos que sean deshonestos o menos honestos,

2) vestir sólo aquellos que, sin caer en el ridículo, expresen la sencillez y reserva propia de toda persona virtuosa;

3) abstenerse de concurrir a lugares donde se ponga en peligro la virtud, la vida honesta, la bondad de las costumbres...

4) por encima del sentimiento del pudor natural y casi inconsciente, debe cultivar cuidadosa, conscientemente, en todo tiempo y lugar, la virtud cristiana de la pudicia, de la modestia.

A.M.D.G.

Notas:

(1) Es bueno recordar aquí lo que enseñaba a todos los obispos del mundo una carta de la Sagrada Congregación del Concilio en el año 1954: «Nadie desconoce, en efecto, cómo, principalmente durante la época veraniega, doquier se contemplan espectáculos que no pueden menos de ofender a la vista y al espíritu de quienes no hayan renunciado a la virtud cristiana y al humano pudor. No sólo en las playas y en los lugares de veraneo, sino también casi por doquier, en las calles de ciudades y aldeas, privada y públicamente, y con frecuencia aún en las mismas iglesias, se ha generalizado un vestido indigno e inverecundo, que pone a la juventud –fácilmente inclinada al vicio– en gravísimo peligro de perder su inocencia, máximo ornamento y el más precioso de su alma y de su cuerpo. El ornato femenino, si ornato puede llamarse, y los vestidos femeninos, “si vestidos pueden llamarse cuando nada presentan que puedan defender el cuerpo ni aún el mismo pudor” (a), con frecuencia son tales que más parecen servir a la deshonestidad que al pudor. A esto se añade el que toda malicia y deshonestidad, privada y pública, es pregonada con procacidad en los periódicos, revistas y folletos o presentada a los más grandes concursos de gentes, ofreciéndoselos a sus ojos con los atractivos de una movediza y cegadora luminosidad en los cinematógrafos, de suerte que no ya sólo la débil e incauta juventud, sino aín la misma edad provecta, se sienten conmovidas por las más insanas solicitaciones. Nadie ignora cómo de todo ello se derivan grandes males, con sus consiguientes peligros, para la pública moralidad. Surge, pues, la necesidad de que no sólo se recomiende a todos la hermosura del pudor presentada en su propia luz, sino que se repriman también y aún se prohíban, en cuanto sea posible, los halagos y excitaciones de los vicios; y finalmente que todos se tornen a la debida severidad en las costumbres porque, como ya dijo el máximo orador romano: “Con frecuencia vemos vencidos en el pudor, a los que ningún argumento hubiera podido vencer”(b). Todos comprenden bien cómo nos hallamos ante un problema gravísimo, del que depende no sólo y principalmente la virtud cristiana, sino también la misma salud del cuerpo y aún el vigor y la fortaleza de la sociedad humana. Razón tuvo el antiguo poeta al decir: “Principio del pecado es ya el que los cuerpos se presenten públicamente desnudos”. (c); por todo ello, este asunto, como fácilmente se ve, toca no sólo a la Iglesia, sino también a quienes gobiernan la sociedad, pues todos deben desear que no se debiliten ni se quiebren las fuerzas corporales o las defensas de la virtud. Y principalmente a vosotros, a los que el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios, consideraréis esto con la máxima atención, cuidando y promoviendo todo aquello que pudiere contribuir a la mejor defensa del pudor y a la mejora de las costumbres cristianas: “Pues todos somos templo de Dios porque se nos ha infundido el Espíritu Santo que nos ha consagrado, el vigilante y rector de este templo es el pudor que no deberá permitir que en él penetre nada inmundo o profano, no sea que ofendido aquel Dios que lo habita, abandone su morada” (d). Ahora bien, todos comprenden bien cómo, por el modo actual de vestir, principalmente por el de las mujeres y de las jóvenes, se hace muy grave ofensa a la modestia que “es compañera del pudor, y cuya compañía es la mejor defensa de la castidad misma” (e). Por todo ello es de absoluta necesidad el avisar y exhortar en la mejor forma posible a toda clase de personas, pero singularmente a la juventud, para que cuiden de evitar los peligros de tantas ruinas que, por su total oposición a la virtud cristiana y a la humana, las pueden poner en tan gravísimo peligro. ¡Cuán bello es el pudor, la más brillante perla de las costumbres!. Razón es, por tanto, que no sea ofendida ni violada por fáciles halagos y atractivos de los vicios que nacen de aquellas maneras de vestir o de otras acciones, a que nos hemos referido, y que todos los buenos no pueden menos de lamentar».

(a) Séneca, De ben., VII, 9; (b) Cicerón, Tusc., II, 21; (c) Enio, Apud. Cic. Tusc., IV, 33; (d) Tertuliano, De cultu Fem., II, 1.; (e) San Ambrosio, De off., I, 20.

(2) Alocución al Primer Congreso Internacional de Alta Costura, del 8 de noviembre de 1957.

(3) Ídem nota anterior.

(4) Ídem...

(5) Ídem...

(6) «Et quæ putamos ignobiliora membra esse corporis, his honorem abundatiorem circundamus... Honesta autem nostra nullius egent» (I Cor. XII, 23-24).

(7) Cfr. Merkelbach, B. (O.P.) en Quæstiones de Castitate et Luxuria, edición 4ª, año 1936, edit. La Pensée Catholique, Bélgica, p. 71; Prümmer, en Manuale Theologiæ Moralis, t. II, nº 691, p. 534, ed. Herder, año 1961; Noldin, en su complemento De Sexto Præcepto et Usu Matrimonii a la Summa Thelogiæ Moralis, nº 48, p. 50, ed. Oeniponte (Pustet), año 1907, ed 9ª, Ratisbona; Loiano S. (O.M.C.), en Institutiones Theologiæ Moralis ad normam Iuris Canonici, vol. V, nª 127, p. 147, ed. Marietti, año 1952, etc.

(8) Se dicen deshonestas no secundum se, porque nada de lo creado por Dios es deshonesto, sino porque como objeto de abrazos, tactos, besos y/o miradas, ordinariamente terminan, por su propia naturaleza, en actos deshonestos (terminare actus deshonestos natæ sunt).

(9) Pastoral del 21 de julio de 1951, citada por el P. Blanco Piñán en Alegraos en el Señor –la Iglesia y las costumbres y diversiones modernas, ed. Fax, Madrid, año 1957, p. 223.

(10) En francés maillot significa traje de baño, pero en español, la palabra está utilizada como traje de baño de una sola pieza y que en la época comenzaba a utilizarse ceñido, y que, señalando el contorno de las formas del cuerpo, dejaba además descubiertas las piernas, los brazos, la espalda, parte del pecho...

(11) Citada por el P. Piñán, o. c., p. 222.

(12) Alocución a la Juventud Femenina de la Acción católica del 22 de mayo de 1941, citada en El Problema de la Mujer, Enseñanzas Pontificias, ed. Paulinas, Bs. Aires, nº 60, p. 54.

(13) Publicado en la Revista Criterio nº 285, p. 473 nota.

(14) Por supuesto que no es lícito ni aún en esa circunstancia tomar baño de sol completamente desnudo.

(15) Alocución al Primer Congreso Internacional de Alta Costura, del 8 de noviembre de 1957.

Fuente: Playas y piscinas, P. Ricardo Olmedo. págs. 23 a 32 de la revista Tradición Católica, nº227 (mayo-junio 2010).

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