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Señales del fin del mundo: La destrucción del Imperio Romano y del poder temporal del Papa (III)

3.ª La destrucción del Imperio Romano y del poder temporal del Papa. Esta señal es muy obscura, si sólo se atiende al fundamento que de ella hay en las sagradas páginas, pero la tradición de ella juzga el P. Suárez ser apostólica, según la cual dicha destrucción parece una de las señales próximas. El Imperio Romano fue en manos de los gentiles el perseguidor de la Iglesia; pero desde Constantino y Carlo Magno, se convirtió en brazo protector, que, a una con el poder temporal del Papa, ha empleado la Providencia para que el romano Pontífice ejerciera libremente su poder espiritual, y prospere la Iglesia Católica, defendida contra sus enemigos. Pues de la cesación de este doble apoyo entendieron muchos padres y doctores de la Iglesia la apostasía que en la epístola segunda a los Tesalonicenses da el Apóstol como señal próxima del fin, y añaden que entonces será asolada y destruida la ciudad de Roma, la cual, entiende el P. Alápide, habrá entonces apostatado de la fe, obligando al Papa a estar oculto.

De esto último duda el P. Suárez, y opina que la apostasía del imperio acaso coincidirá con la victoria y reinado del Antecristo. Así escribía aquel sapientísimo teólogo hace tres siglos; pero es el caso que en este siglo XIX se ha consumado la separación y apostasía del imperio, que en eso consiste el sistema liberal vigente en casi todo el mundo; de modo que, como nota el doctísimo cardenal Franzelin, es evidente que ya no existe el Imperio Romano; y además, desde 1870 ha sido el Papa inicuamente despojado de su poder temporal; sin embargo, aún no ha aparecido el Antecristo. ¿Qué pensar en vista de estos hechos? He aquí lo que parece deducirse: 1.º, que el abandono temporal en que hoy se ve la Iglesia y su cabeza visible, no es, como algunos pensaban, toda la apostasía que San Pablo da como señal próxima del fin del mundo; y 2.º, que cuanto más se consolida y dura ese abandono o apostasía legal y política, y más crece la secta masónica que lo promueve, y el liberalismo que lo ejecuta, tanto más debemos temer que se prepara la general y postrera apostasía del Antecristo.

En la irrupción de los bárbaros del Norte, en la de los mahometanos, en la rebelión protestante, temieron muchos era llegada la dicha apostasía; pero los bárbaros se sometieron al Papa, los moros fueron rechazados, y el curso de la herejía protestante se contuvo; de modo que no se perpetró el abandono de la Iglesia. Ahora sí, que no hay nación alguna que proteja al Papa, y casi todas son más o menos hostiles a la Iglesia; de modo que, una de dos, o triunfan de nuevo en la política de las naciones cristianas los principios católicos, y entonces se alejará el temor de la proximidad del Antecristo; o siguen ganando terreno los principios liberales, y entonces se precipitará el mundo a su última ruina. Muchas veces lo han avisado a los príncipes y a los pueblos los Papas Pío IX y León XIII, que por el derrotero que lleva la sociedad corre a su exterminio; pues cuando se desplome la sociedad, es evidente que habrá sonado la hora en que desaparezca de la tierra el humano linaje. ¿Y qué otra cosa quiere decirnos la Iglesia al enseñarnos que el poder temporal, en las condiciones presentes, es moralmente necesario para el buen uso del espiritual, sino que o se devuelve al Papa aquel poder, o que, salvo un milagro del divino, se acabará, no el poder espiritual, que esto es imposible, sino el mismo mundo?

León XIII, en las oraciones que ha prescrito años ha al fin de cada Misa rezada y en los terribles exorcismos que ha recomendado a los sacerdotes, nos amonesta que Satanás y los suyos, demonios y sectarios, andan hoy más sueltos por el mundo y con más poder para perder las almas, cosa que también está predicha para los últimos tiempos.

Ángel María de Arcos S.I. Explicación del catecismo católico breve y sencilla (1.900), págs. 305-306.

Nota del editor: el Padre Arcos no contempló la posibilidad ━como prácticamente nadie━ de que la coincidencia de la gran apostasía con la destrucción del Imperio Romano afectaría principalmente a la desaparición del Papado y, por lo tanto, a la jerarquía y visibilidad de la Iglesia. La desaparición de los Estados Pontificios, así como el triunfo del liberalismo en todas las naciones, supuso la desarticulación política del Imperio Romano, pero la Revolución no se consumó hasta la apostasía del Vaticano II y usurpación de Roma con la defección y pérdida de autoridad de los «Papas» modernistas por el pecado de herejía. Si bien, en las oraciones que León XIII prescribió para el final de las Misas rezadas se contempla esta posibilidad, pues en la oración a San Miguel Arcángel, como mencionamos en una entrada anterior, se cita: «Enemigos llenos de astucia han llenado de injurias y saturado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado; y sobre sus más sagrados bienes han puesto sus manos criminales. En el mismo lugar santo, donde ha sido establecida la silla de Pedro y la cátedra de la verdad, que debe iluminar el mundo, han alzado el abominable trono de su impiedad, con la intención perversa de herir al Pastor y dispersar el rebaño»..

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