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Señales del fin del mundo: El reinado y persecución del Antecristo (I)

El cristiano que en estos peligrosísimos tiempos quiera asegurar su perseverancia en la fe católica y en la gracia de Dios, practique de buena voluntad la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, por cuyo medio, llevando con paciencia cristiana los males de esta vida, logrará que se le conviertan en verdaderos y perdurables bienes.

Acaba el Catecismo con recordarnos el fin del mundo, no que Dios haya de reducirlo a la nada de donde lo sacó al criarlo, sino que llegará un día en que, destruidas las cosas que hay en la superficie de nuestro globo, no viva ya más en la tierra, ni se propague el género humano. Ésta es palabra de Dios que no puede fallar, si bien no ha querido revelar a su Iglesia cuándo tendrá su cumplimiento. Con todo, así como a la muerte del individuo suelen preceder síntomas alarmantes, así precederán señales espantosas al cataclismo final. Esas señales están escritas en los Libros divinos, y por ellas podrán, los que vivan entonces, conocer la proximidad del fin del mundo. Muchas veces se han engañado los hombres pensando que se llegaba, como muchas veces nos engañamos teniendo por última enfermedad la que no lo es; pero como, a pesar de todo, es muy útil saber los anuncios de una próxima muerte, así lo es enterarnos de los del juicio universal, tanto más, que algunos, al modo de la agonía y últimas boqueadas, no dejarán lugar a duda; y así como todo cristiano se ha de preparar para el último trance y valerse de los auxilios de la Religión, también hemos de prevenirnos para los peligros que hacia el fin del mundo serán mayores que nunca.

Con ese objeto vamos aquí a resumir lo que a la larga enseña en esto el doctor eximio P. Francisco Suárez, porque para que los fieles las sepan hizo el Señor esas profecías; y para que los que vivan entonces, viendo que se cumple la palabra de Dios, se confirmen en la fe, y no den oídos a los que se dicen profetas y no lo son, porque enseñan cosas contrarias a la doctrina de la Iglesia católica romana, único verdadero intérprete y Maestra infalible del Evangelio de Cristo. A cuatro pueden reducirse las señales que, según la doctrina católica, anunciarán el fin del mundo. 1.ª El reinado y persecución del Antecristo. 2.ª La predicación del Evangelio por todo el mundo. 3.ª La destrucción del imperio romano y del poder temporal del Papa. 4.ª El trastorno general del cielo y de la tierra.

1.ª El reinado y persecución del Antecristo. Ésta es la más clara y que con más pormenores describen los libros sagrados. Antecristo quiere decir contra Cristo; y es de notar que como antes que viniese Nuestro Señor Jesu-Cristo a salvarnos, hubo algunos que por ser figuras suyas y parecérsele en algo, se llamaron unos Jesús, y otros Cristo, así, antes que venga el Antecristo se ha aplicado ese nombre a algunos principales herejes y perseguidores de Cristo y de su Iglesia; éstos fueron en algún modo Antecristos, pero no el Antecristo profetizado para la consumación de los tiempos, y marcado por Dios con tales caracteres, que a ningún otro pueden cuadrar en su conjunto. Ante todo, el Antecristo será un hombre sobremanera perverso y enemigo acérrimo de Nuestro Señor Jesu-Cristo.

No está revelado cómo se llamará, pero sí que las letras de su nombre, sumado el valor numérico que representan en las lenguas orientales, darán la cifra de . Tampoco consta con certeza su origen, pero sí que será obscuro y verosímilmente de raza y profesión judías, comenzando su propaganda impía en otra ciudad y trasladándose luego a Jerusalén, donde logrará entronizarse. Se fingirá benigno y generoso, y allegándosele muchos de su casta, levantará de nuevo, al menos en parte, el antiguo templo de Salomón. Predicará contra la idolatría y no menos contra el culto católico de Cristo y su Madre, de los santos y de sus imágenes sagradas. Seducirá a muchísimos con su extraordinaria facundia, y con prodigios que él y los suyos harán por arte de Satanás, al cual Dios Nuestro Señor permitirá entonces el poderío que ejerció en el mundo hasta la venida del Redentor. Esos prodigios se parecerán a los que hicieron contra Moisés los magos de Faraón; unos serán aparentes, otros reales, pero obrados por arte diabólico. Esto se conocerá por la perversa doctrina, pésimas costumbres y soberbia impía de esos falsos milagreros. Una de esas maravillas será que fingiéndose muerto por tres días el Antecristo, o uno de sus primeros partidarios, aparecerá de repente vivo. Secretamente dará culto al demonio o a su efigie con el nombre de Maozim, para granjearse su favor. Con éstos y otros fraudes amontonará inmensas riquezas, de que se valdrá para aumentar prosélitos. Vencerá primero a tres reyes, de Egipto, de Libia y Etiopía, y luego a siete más, haciéndose monarca de todo el mundo civilizado. Le ayudará a modo de precursor y adlátere un falso profeta, y entre sus partidarios se contarán Gog y Magog. Llegado a la cumbre del poder durará su reinado tres años y medio, y no más; porque Dios Nuestro Señor, en atención a sus escogidos, ha prometido que no se alargará más aquella prueba. Ésta será espantosa, porque el Antecristo, quitada completamente la máscara, declarará guerra cruelísima a la Iglesia católica y al mismo Dios; proclamará que no hay más Cristo, ni Mesías, ni Dios, sino él mismo; forzará a que le adoren a él y a su estatua en el templo de Jerusalén y en los cristianos, cumpliéndose así la abominable desolación de que hablan los libros santos. Obligará a que se lleve su efigie o monograma, a modo de marca, en la frente o en la mano derecha, excluyendo del comercio a los no marcados. A cuantos no quieran renegar de Jesu-Cristo atormentará horriblemente y quitará la vida. Abolirá los Sacramentos y la Misa, consumándose la gran apostasía que predice el Apóstol, pues muchísimos abandonarán la fe. La Iglesia no faltará, el Papa seguirá siempre guiando por el camino del cielo el rebaño de Cristo; habrá entonces mártires insignes que arrostrarán los trabajos y la misma muerte por la fe. Muchos cristianos saldrán al campo a pelear contra el Antecristo, pero éste vencerá al principio, y los fieles, como en la primitiva Iglesia, se esconderán en las cavernas y desiertos para fortalecerse allí con los Sacramentos y la asistencia al Santo Sacrificio del altar. Para tan extrema necesidad y tan mortales agonías acudirá el Señor con auxilios supremos, al modo que en el aproximarse la muerte de cada individuo le tiene aparejados la Iglesia socorros oportunos. Elías y Enoch no han muerto, y los reserva Dios en sitio a nosotros desconocido, para que vuelvan en aquel tiempo a dar testimonio a Cristo Nuestro Señor, y sostener a los fieles con sus milagros y predicación. Ejercitarán su ministerio apostólico durante el reinado del Antecristo y pelearán contra él, sin que éste pueda destruirlos, hasta que treinta días antes de cumplirse los tres años y medio, los matará en Jerusalén, quedando por tres días y medio sus cadáveres insepultos en la plaza, con regocijo general de los malos que cantarán victoria. Mas en esto se oirá una voz de lo alto que dirá: Subid acá; y a vista de todos, aquellos cuerpos muertos resucitarán y subirán al cielo en una nube. Seguirase un espantoso terremoto que arruinará la décima parte de la ciudad, y hará siete mil víctimas. Entonces los que queden con vida glorificarán a Dios y a su Cristo; los judíos en masa, que habrán acudido a Jerusalén y presenciado estos sucesos, abrazarán la fe católica; y el Antecristo, a los tres años y medio de su poderío, y estando en su trono, será muerto por la virtud de Nuestro Señor Jesu-Cristo, y muchísimos anticristianos perecerán a hierro y fuego o aplastados de inmensos peñascos, hasta que abriéndose la tierra los trague a todos y sepulte en los infiernos. En esto, a los pocos días o meses, vendrá nuestro divino Salvador a juzgar a todos los hombres.

Ángel María de Arcos S.I. Explicación del catecismo católico breve y sencilla (1.900), págs. 303-305.

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