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Las obras de misericordia

Las obras de misericordia, una pequeña guía de caridad que el cristiano puede encontrar en su catecismo; constituyen un punto básico de formación, y con ello un sólido pilar sobre el que asentar nuestro día a día como católicos. La Fe sin obras, es Fe muerta, dice la Epístola de Santiago, porque obras son amores y no buenas razones. Los mandamientos de la Ley de Dios, y los de la Santa Madre Iglesia, obligan por justicia, mientras que las obras de misericordia –salvo que sean preceptivas (casos graves que obligan también por justicia, véase la obligación de los padres de enseñar a los hijos)– constituyen acciones virtuosas, que realizamos solamente por amor e imitación de Cristo. Es decir, a diferencia de los mandamientos por ejemplo, cuyo cumplimiento es un acto bueno en sí mismo, pero que a su vez obligan bajo pena de pecado y condenación, las obras de misericordia no son imprescindibles –absolutamente– para alcanzar la salvación (aunque ayudan mucho, como veremos).

Vamos a refrescar un poco la memoria sobre ellas, glosándolas brevemente, y también explicando sus frutos espirituales para con Dios. Catorce son las obras de misericordia, siete espirituales y siete corporales. Todo buen cristiano debe conocerlas y practicarlas en la medida de sus posibilidades y de su estado de vida.


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Las espirituales son:

- Enseñar al que no sabe; muchas almas de cristianos –o que se dicen tales– se condenan por no conocer los principios y misterios más elementales de la Religión, enseñó el Papa San Pío X. Es gran obra de caridad esta, sobre todo en nuestro tiempo, cuando la Religión es tan desconocida y confundida por la gente. «Id y predicad», es decir, id y enseñad, este es el mandato de Nuestro Señor a los apóstoles, y también a todos los cristianos, llevad almas a Cristo mediante la enseñanza de su doctrina, fuera de la cual, no hay salvación.

- Dar buen consejo al que lo ha menester; debe orientarse rectamente a las almas, y cuando alguien se encuentra confundido, es caridad esforzarse en dar correctas advertencias al prójimo en sus tribulaciones.

- Corregir al que yerra; ¿cuántos por tibieza no corrigen al prójimo cuando actúa mal? ¿cuántos callan cuando los vicios y herejías de nuestro tiempo inundan la sociedad? además de faltar a la misericordia, en muchos casos pueden estar pecando mortalmente de omisión.

- Perdonar las injurias; si Dios es injuriado, y perdona a los malvados que así proceden con Él –si estos se convierten y se arrepienten sinceramente– habremos de ser nosotros luz y faro de la misericordia, haciéndonos respetar, pero también mostrando compasión hacia nuestros enemigos.

- Consolar al triste; dedicar un tiempo también, cuando el prójimo está triste, a acompañarle y auxiliarle en sus penas, es meritorio ante el Señor.

- Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos; si tu padre desvaría por los achaques de la edad o si tu mujer pierde la movilidad por un accidente, etcétera, soporta todo ello con paciencia, como Cristo soportó la Cruz por ti, y ámalos por encima de tu egoísmo, entregándoles tu tiempo y dedicación, que como el Padre nos amó, nosotros así debemos amarnos, sobre todo a los más cercanos y más íntimamente unidos a nosotros. 

- Rogar por los vivos y por los muertos; no lo olvides, si se rezara más por los pecadores, mayor sería el número de almas que se salvarían, y mayor la gloria que se Le tributaría a Dios. Y las almas del purgatorio, nuestras queridas amigas, que tanto padecen, acuérdate de ellas, pues tú puedes sacarlas de allí. También las almas de nuestros familiares difuntos.

Las corporales son:

- Visitar a los enfermos; acordarnos también de aquellos que padecen la enfermedad, y se encuentran por ello solos y angustiados. 

- Dar de comer al hambriento; costumbre cristiana que ha venido a menos, es la de la limosna, dar al que no tiene. Agrada a Dios que ayudemos espiritualmente a los pobres, y también en lo material. Así mismo, los que más tienen, deben dar también más a los pobres.

- Dar de beber al sediento.

- Redimir al cautivo.

- Vestir al desnudo.

- Dar posada al peregrino

- Enterrar a los muertos. Y hacemos aquí un inciso, advirtiendo del grave pecado que cometen aquellos que participan de la costumbre pagana de incinerar a los muertos, tan extendida en los últimos tiempos y condenada por la Iglesia.

Las obras de misericordia son premiadas espiritualmente por Dios, una persona en estado de gracia que las practique, obtendrá diversas clases de frutos espirituales, que citamos a continuación: frutos meritorios (aumento de la gracia y de la gloria), frutos satisfactorios (el pago que se hace a la Justicia de la pena temporal debida por los pecados ya perdonados, puede aplicarse por otros cristianos), frutos propiciatorios (la eficacia de toda buena obra de aplacar la justicia de Dios para que no nos castigue) y los frutos impetratorios (la eficacia de toda buena obra para alcanzar del Señor gracias de conversión y perseverancia).

Los cristianos en pecado mortal sólo pueden beneficiarse de los frutos impetratorios mientras permanezcan en dicho estado. Aquellos que rechazan la Fe Católica, no agradan a Dios en modo alguno, no pueden beneficiarse de los méritos explicados, ni obrar verdadera caridad.

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