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Los católicos ante las nuevas tecnologías

Gentes nuevas pueblan, en cada siglo, casas, plazas y ciudades. Los antecesores están en la tumba. Y así como se acabaron para ellos los días de la vida, así vendrá un tiempo en que ni tú, ni yo, ni persona alguna de los que vivimos ahora viviremos en este mundo. Todos estaremos en la eternidad, que será para nosotros, o perdurable día de gozo, o noche eterna de dolor. No hay término medio. 

Guardaos de los hombres, dice el Señor, ya que los cristianos no somos del mundo, porque el Príncipe de este mundo no es otro que Satanás, que así es llamado en la Escritura. Este es un principio general, el cristiano –en toda época– debe esforzarse para entrar por la senda estrecha, ya que angosto es el camino que lleva a la vida, y pocos son los que dan con él. Sin embargo, estas palabras que el mismo Dios selló en la Escritura, tienen hoy particular fuerza, porque nunca el mundo ha sido tan nocivo para las almas como lo es el actual. A la Cristiandad, con todo su vigor espiritual, la hirió el Demonio con el antropocentrismo renacentista, del que engendraría Lucifer la modernidad, superada hoy en día por la impiedad posmoderna. 

Las tecnologías y las modas, asimismo, han contribuido también a extirpar a Dios del alma de los hombres. El hombre posmoderno y digitalizado ha perdido todo arraigo, no es más que un número de masas, materialista y animalizado, que se pierde por los caminos del nihilismo, mientras la sociedad en la que vive termina de deshacerse en un mar multicultural e individualista.

Y mientras tanto, el tiempo que Dios nos ha dado –y del que un día habremos de dar cuenta ante el Altísimo– se nos deshace entre las manos, en tantas horas inútilmente gastadas, de televisión o redes sociales. Cuánto tiempo en el que podríamos estar rezando o formándonos con alguna buena lectura espiritual, y en el que ofendemos a Dios por no hacer nada –pecando de omisión y de acción– pues lo que aparece ante nosotros en estos medios digitales abunda en inmoralidad. Esta es la primera idea a analizar, ¿cuánto tiempo se pierde con las tecnologías? ¿cuánto mejor estaría aprovechada nuestra vida si aprovecháramos mejor el tiempo?

Pero es menester –más allá de aconsejar que se racionalice su uso– constatar también que a medida que la digitalización crece, la Fe desaparece, ¿por qué? porque las tecnologías actuales son profundamente contrarias a la vida espiritual. El hombre, para encontrar a Dios, debe alejarse de ese avispero tecnológico y artificial, y acercarse al mundo natural, lejos también de los ruidos de la ciudad. En general es mejor la vida rural que la urbana, para el alma.

Una vez aclarados estos puntos de sentido común, y que son buenos para encabezar de manera genérica unas notas y consejos para la vida cristiana en medio de las tecnologías, se debe hacer un pequeño inciso, el avance de la técnica no debe ser rechazado en sí mismo. En su encíclica Vigilanti cura –de 1936– el Papa Pío XI denunciaba las inmoralidades que se estaban propagando a través del cinematógrafo, corrompiendo a los pueblos, a la vez que enseñaba que con honestos y rectos fines, podía ser útil –e incluso muy provechosa– la utilización del nuevo invento. Así, usted está leyendo este artículo, que es bueno para su formación, ya que dentro de un buen uso de internet, esta red tecnológica puede llegar incluso a ser un medio para dar buenos frutos en los hombres de buena voluntad. Es cierto que las nuevas tecnologías, por lo general, tienden a desarraigar al hombre de Dios y de los vínculos naturales de la sociedad tradicional, pero no es menos cierto que muchas veces es en el uso dado –y no el medio técnico en sí mismo– donde reside la esencia para determinar si uno está obrando bien o mal.

Hablando de racionalizar la cantidad de tiempo de estas tecnologías, hay que racionalizar también cuántos de estos objetos se tienen en casa. La televisión, más allá de conservar una pantalla para ver –por ejemplo– alguna película a lo sumo, sobra en el hogar católico, y debe estar fuera. Nunca ha sido buena la televisión,  ni siquiera en sus comienzos, menos todavía a medida que se ha ido degradando hasta convertirse en un verdadero sagrario de Satanás en las casas, de las que se ha expulsado a Cristo. Las películas por cierto, deben ser de una temática decente, y en principio –salvo ciertas excepciones– anteriores al año 1960 aproximadamente, pues es a partir de ese entonces cuando el proceso de secularización, embrutecimiento e hipersexualización de las mismas, se acelera peligrosamente. En conclusión, la televisión descartada (y a lo sumo una sin conexión digital, sólo a modo de pantalla para ver puntualmente cosas decentes, evitando toda influencia de la ingeniería social existente en los medios de comunicación). 

Sin embargo, la televisión se ve hoy superada por otro agente que se ha colado –no ya en nuestro hogar– sino en nuestro bolsillo, y he aquí el gran artilugio de nuestro tiempo; el teléfono móvil. El teléfono móvil consume a menudo una gran cantidad de tiempo, y a diferencia de la televisión, puede ser más adictivo que esta. ¿Y cuál suele ser el gran imán del móvil? las redes sociales, y aquí cabe hacer una aclaración, la mayor parte de ellas son inmorales e intrínsecamente malas, son una manifestación de la cultura individualista; de la hipocresía y la imagen. Todas estas redes (que por algo se llaman así), están impregnadas, en mayor o menor medida, de impurezas y del espíritu infantiloide del sujeto posmoderno de nuestro tiempo. Deben ser rechazadas en general –salvo que una razón específica que justifique su uso puntual– dejando si acaso WhatsApp, por haberse hecho en parte necesario y no estar necesariamente tan degradado (siempre que uno huya de las malas compañías). Hay tradicionalistas que incluso no tienen WhatsApp, y poseen un teléfono móvil como los de hace unos quince años, solamente para llamadas, ello, dependiendo también del caso, puede ser muchas veces la mejor opción.

Por otro lado, está el tema del ordenador. Hoy en día se ha convertido también en algo a menudo necesario. Quizás tener un ordenador en casa, para temas laborales y –muy interesante en estos últimos años también– para formarse como católico e incluso hacer apostolado, puede estar bien. Usted mismo, sea desde un móvil o un ordenador, está leyendo este artículo, y en internet hay canales de YouTube con material católico muy bueno, o también libros en PDF difíciles hoy de conseguir, entre otras cosas. También puede ser útil el ordenador para otros asuntos, como aprender un idioma –siempre que sean lícitos– es bueno el apoyo en esta nueva tecnología. En definitiva, un uso moderado en el tiempo, y bien encauzado, no merece reprobación, e incluso puede ser recomendable en muchos casos. La cuestión es evitar la mayor parte de las cosas que circulan por ahí, mundanas e impías, y que el ordenador no genere una abstracción artificial que aleje a uno de Dios y de otras realidades naturales, ni tampoco de sus deberes de estado.

En la crianza de los hijos, estos deben tener una infancia natural, sin la intromisión de estos cachivaches, por los cuales les entran muchas veces las mayores maldades (véase la pornografía). Los videojuegos, las tablet, la televisión... tienden a extraviar las almas de los hijos, potenciando en ellos el individualismo, el materialismo y una mentalidad consumista y caprichosa, que endurece sus corazones y los aleja de Dios. Pecan mortalmente los padres que –ya sea por comodidad o por carecer de la Fe– dejan a sus hijos abandonados a esta suerte de divertimentos, sin ningún tipo de control efectivo. Deben evitar que los niños tengan acceso a ellos, los padres darán cuenta el día del juicio de las almas de sus hijos.

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